Las faltas de respeto matan el amor, destruyen la autoestima, envenenan la convivencia, dinamitan la comunicación…

Respetar es mucho más que no ofender y supera con creces la “buena educación”.

El respeto surge de la aceptación de la igualdad entre ambos, de nuestra igual dignidad.

Tiene que ver con expresiones como abstenerse de tratar con desconsideración; no agredir; no usar; no censurar; no controlar. Habla de miramiento, no tratar a la ligera, no imponer.

El respeto es la actitud debida a toda persona (por supuesto también a mí mismo), que exige conocerle y aceptarle y que nos lleva a quererle como es.

Por tanto, respetar a alguien es reconocer su valor, acogerle en su individualidad.

Hildebrand (filósofo del siglo XX) afirma que “no es respetuoso el hombre que desborda al mundo su propio yo, sino que deja a los demás sitio para que desplieguen sus peculiaridades”.

Nuestro cónyuge se posee a sí mismo, no es de mi propiedad. No es un medio, algo que debe adaptarse a mis fines, a mis objetivos. No soy el amo que puede disponer a su antojo.

Nadie debe utilizar al otro para su conveniencia o intereses. No podemos hacer de nuestra pareja un instrumento para nuestras necesidades afectivas, materiales o sexuales. Eso sería cosificarle, instrumentalizarle.

El respeto es incompatible con la violencia de cualquier tipo, el desprecio, el insulto, la amenaza, la burla y la humillación y con los malos modales y toda actitud impositiva. Pero también con la manipulación, la sumisión, o la falta de consideración.

El respeto en el matrimonio parte de la igualdad de los dos, de su dignidad como personas.

Respetar es acoger al otro con sus circunstancias, aceptar su derecho a ser quien es, darle su lugar y reconocer su importancia en nuestra propia felicidad.

El respeto puede entenderse como no invadir el espacio vital de la otra persona; es decir, mis derechos, intereses y puntos de vista, terminan donde empiezan los intereses, derechos o puntos de vista de la otra persona.

El respeto se manifiesta en actitudes y detalles cotidianos; no tiene una aplicación simple, ni por supuesto, se puede quedar en meras declaraciones. 

Respetar es:

  • Aceptar sus creencias, convicciones, ideología; sus valores y opiniones; su derecho a diferir de nuestro punto de vista.
  • Defender su libertad, sus derechos y sus intereses.
  • Respetar sus capacidades y limitaciones; su vocación, su carrera, sus ocupaciones y su trabajo.
  • Acoger su forma de ser, su personalidad, sus sentimientos y costumbres.
  • Respetar su intimidad y privacidad.
  • Defender nuestra relación matrimonial y todos los compromisos que conlleva.
  • Aceptar a su familia y amigos; sus aficiones y gustos.
  • Respetar su cuerpo y su forma de vestir o de arreglarse, su manera de expresarse.
  • Respetar sus propiedades, bienes o pertenencias y su tiempo. 

El respeto, en suma, está en la base del amor y lo acompaña siempre. No puede darse el uno sin el otro. Si me amas, me respetas. Si te amo, te respeto. Siempre podemos crecer en el amor. Hagamos un poco de autocrítica y pensemos cómo estamos respetando/amando a nuestro cónyuge.